El Che en un recuerdo de Korda

A finales de 1994 un grupo de estudiantes universitarios visitamos Cuba con el pretexto de un taller sobre preservación y conservación de materiales fotográficos modernos convocado por Casa de las Américas en La Habana.

En el itinerario del taller se incluían visitas a instituciones educativas y culturales además de  conferencias y exposiciones. Entre otras, en la Galería L que se encontraba entonces en un hotel (cuyo nombre no recuerdo) frente a la plaza Coppelia, se ofrecía una muestra de los tres jurados del Premio Casa de las Américas de ese año: Paz Errázuriz,  de Chile, el cubano Alberto Díaz “Korda” y Edgar Moreno, de Venezuela.

“Realidades Fragmentadas” era el título de aquella selección. Unas 30 fotos colgaban modestamente alrededor de una habitación rectangular de medianas medidas. Alineadas en la parte central de la habitación estaban tres austeras bancas de concreto de las que comúnmente se encuentran en los parques públicos que conocemos en México. En una de ellas, con traje tipo obrero de color entre café y verde olivo fumaba Alberto Díaz  sentado con una pierna cruzada sobre la otra. Canuzco y con el cabello relamido hacia atrás veía a una de las paredes como a quien poco le preocupa lo que pasa alrededor. En serio, él miraba fijo alguna de las fotos y sabe qué pensaba con el mentón recargado en la palma de su mano. Esa vez Korda exponía una serie de fotos de moda de los años 50 mientras los turistas le pasaban por los lados recorriendo la fila de fotos sin prestarle al viejo demasiada atención.

Fue cuestión de que alguno de los asistentes, con un poco de pena por el descuido con el que ocurrían las cosas, como muestra de consideración y respeto a Korda, filtrara comentarios sobre la identidad del que fumaba cigarros sin filtro. No hubo presentación ni protocolo. Casi de manera instantánea empezaron las expresiones de sorpresa y las frases en voz baja hasta que el grupo en su totalidad lo rodeó para tomarse la foto.

Al día siguiente Korda habló para nosotros. Una charla acompañada de vino y ron en el jardín interior de la Casa de las Américas de Cuba. El tema fue la foto del Guerrillero Heroico. Dos tomas. El Che con otra persona detrás y el mismo Che junto a las ramas de una palmera. La anécdota es conocida por lo popular que la imagen se volvió con el tiempo aunque la historia de la foto es azarosa.

En el verano de 1967 por recomendación de Haydé Santamaría, entonces directora de la Casa de las Américas, Korda entregó dos copias de la foto al italiano Giangiacomo Feltrinelli. Ernesto Guevara, al igual que el mundo entero, siguió sin conocer la foto y meses después, tras su captura y muerte, la imagen fue utilizada para la impresión de un millón de carteles y en la portada del Diario del Che en Bolivia.

Sobre esto, una versión crucifica a Feltrinelli porque Korda nunca recibió regalías por la imagen mientras que otra sostiene que las ganancias que el póster generó (medio millón de francos suizos) fueron destinadas al apoyo de los movimientos revolucionarios latinoamericanos. De cualquier modo, un año antes de su muerte Korda ganaría una demanda a la empresa británica de publicidad Lintas por el uso de la imagen para promover un comercial de vodka. Los 50 mil dólares obtenidos como resultado del proceso fueron donados al sistema médico cubano.

Lintas había obtenido la autorización a través de Rex Features, poseedora de los derechos de Feltrinelli.

A pesar del mito en torno a la foto y el Che, en 1995 la VII Bienal de Fotografía Latinoamericana incluía un reportaje gráfico de Korda en el que un trabajo periodístico resaltaba por encima o a la par de su papel como partidario de la revolución.

La serie de fotos parecía hacer un círculo alrededor de la historia siempre en discusión sobre Cuba. El ensayo, que trataba sobre los balseros y las condiciones de riesgo en las que se ven obligados a abandonar la isla, tenía por título “Otra patria o muerte” en referencia a la frase “Patria o Muerte” utilizada por primera vez durante el discurso con el que Fidel Castro participó en la histórica marcha del 5 de marzo de 1960, misma ocasión en la que Korda hizo el famoso retrato a Ernesto Guevara al asomar por el templete y en el que también se encontraban Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir. Captar a esta última pareja era el objetivo original de Korda.

La noche de la charla frente a nosotros, en 1994, Korda habló de sus inicios como fotógrafo de modas y eventos sociales. Sobre la impresión de la foto en papel 8×10 que permaneció siete años colgada en un muro de su casa, con suma sencillez platicó la experiencia personal en uno de los capítulos más trascendentes de la historia y aceptó que la fotografía había sido producto de la casualidad.

Y ante tantos años en los que la versión oficial del gobierno cubano había convertido en mito la imagen y el papel del fotógrafo estoico que se inspiró en la figura revolucionaria, congelado por la mirada de fuego, fue refrescante escuchar una versión humana y no menos enaltecida de su propia voz: cuando Korda era joven, un fotógrafo treintañero que se dedicaba a retratar eventos sociales, le había resultado incómodo acostumbrarse a cubrir la agenda del Che, porque en honor al espíritu revolucionario el comandante le quitaba la cámara, le ponía una pala en las manos y lo mandaba a trabajar en los campos de caña.

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